Cuantas veces me pregunté “¿por qué
salté?” Hasta hace poco no lo sabía. Me tomó muchos años conocer la repuesta…Era
una niña, tenía nueve años. Fui invitada por una compañera de clases al club
más de moda de caracas; "Los Cortijos". Era un club familiar, todos los creídos caraqueños
eran accionistas. A mí no me gustaba mucho, ningún club en realidad, y tampoco
me gustaban los lugares donde había mucha gente. Casi todo mi tiempo
libre la pasaba encerrada en mi cuarto, leyendo o simplemente pensando. Era una
niña solitaria, algunas personas me tildaban de “rara”. Mis amigas me decían con
frecuencia “Eliana ¿Qué te pasa? Siempre estás en otro planeta”, "estoy soñando" les respondía y terminaban diciendo
"tú si eres misteriosa, estás loca".
Cuando llegamos al club, mi amiga y yo fuimos directo a donde se reunían todos los niños; cerca de la piscina. Había música de moda, puestos de comida rápida; hamburguesas, perros calientes, cachapas, arepas, tequeños, etc. De pronto me tomó de la mano y corriendo llegamos al lugar más tenebroso del club. Era el escondite de los rebeldes. “¿Le tienes miedo a la oscuridad?” me preguntó, “un poco” respondí, pero en realidad le tenía terror. “Bueno es allá arriba, tenemos que trepar ese árbol” me dijo con un tono de voz misterioso. Estábamos bastante alejadas, no se veía un alma alrededor. “¿Este es el lugar?, pero no está tan grave” murmuré. Enseguida mi espíritu aventurero se desató, a pesar de que sentía miedo. Trepamos el árbol y dejamos caer nuestros delgados cuerpos sobre una plataforma de concreto donde se veía casi todo el club. Nos sentamos en posición de indio, y entonces ella me preguntó “¿Tú te atreverías a saltar desde aquí?”, tomé un respiro profundo mientras observaba la distancia, era como un primer piso. Estaba segura de que sobreviviría, que no pasaría algo muy grave, sabía que esa caída no me mataría, “Sí, pero me daría mucho miedo” le respondí, “si eres cobarde. Vamos a saltar. Será divertido” dijo riendo, escondiendo muy bien el miedo enorme que estaba sintiendo. Hicimos un pacto y juramos que saltaríamos al mismo tiempo. Al contar hasta tres, salté, sintiendo el corazón en la garganta. Recuerdo cada microsegundo de esa caída como si fuera ayer. Llegué al piso y me di cuenta de que tenía un pie lastimado. Empecé a buscar con mis ojos nerviosos a mi amiga para cerciorarme que se encontraba bien. Subí mi mirada y sentí un golpe en el pecho, estaba parada en la plataforma de concreto, “estás loca, ¿por qué saltaste? Pensé que sabías que estábamos jugando.” me gritó. Ella no saltó, quería tapar su cobardía haciéndome quedar como una loca. Continué en el piso varios minutos, tratando de recuperarme. No podía levantarme, mi decepción y el dolor en el pie no me dejaban. Al rato llegaron sus padres, me llevaron a la emergencia de un hospital cercano. “Tienes un esguince en el tobillo” dijo el doctor… “Que tonta Eliana. Eres una estúpida. ¿Por qué saltaste? ¿Por qué?” me pregunté un millón de veces desde esa noche…
Al pasar el tiempo, un día entendí. Salté porque quería saltar, porque quería arriesgarme, tener esa aventura, no porque mi amiga me dijo que lo hiciera. Salté porque me atreví, a pesar del riesgo que corría. Pero caí, me torcí el pie, me levanté y continué. Después de ese día, volví a saltar varias veces en situaciones diferentes, en algunas de ellas salí herida, otras no, pero en todas me arriesgué, en todas aprendí algo bueno, en todas me levanté y continué. En conclusión, salté porque era una niña valiente y ahora soy una mujer valiente. Salté porque quería vivir.
NOTA IMPORTANTE: Nada puede sustituir la experiencia, así te quemes las pestañas estudiando o escuchando toda tu vida a los sabios. A veces un poco de dolor es necesario.
Con amor desde Miami,
Eliana Habalian