martes, 4 de diciembre de 2018

LA CONFESIÓN DE SUS OJOS




Nunca había nevado tanto como ese día. Mis padres, buscado nuevos horizontes, nos llevaron a mis hermanos y a mí a vivir a la mágica y fría ciudad de Toronto, en Canadá. Para ese entonces nunca usaba el elevador, pues una de mis peores pesadillas era quedarme encerrada en uno de ellos. Mi única opción eran las escaleras. Esa tarde algo diferente ocurrió, cuando me disponía a subir el primer escalón, para ir al apartamento donde vivía, escuché el llanto de una mujer. Aquel triste sonido provenía del sótano. Comencé a bajar aquellos solitarios y tenebrosos escalones mientras un olor a cigarrillo impregnaba el poco aire que había.

Era mi vecina, vivía un piso más arriba, nos habíamos visto varias veces, asistíamos al mismo colegio. Su familia, al igual que la mía era árabe. Ambas veníamos de una cultura represiva, ambas vivíamos en medio de dos mundos, con un pie en la represión y el otro en la libertad.  Pero nuestras religiones eran diferentes; ella era musulmana y yo católica.  Lo supe porque a pesar de que ella no usaba ningún tipo de velo, su madre, que era viuda, siempre llevaba puesto un Hiyab.

    ¡Hola! Te llamas Amira, ¿verdad? le pregunté al mismo tiempo que intentaba mirar sus ojos que me esquivaban.
    ¡Disculpa! Me tengo que ir dijo apagando el cigarrillo con vergüenza.
    ¡Amira, espera! ¡Por favor, no te vayas! traté de detenerla, pero se marchó sin poder saber qué le ocurría.

Cuando llegó la noche no pude dormir pensado en ella, principalmente en sus ojos. Ellos querían confesarme algo, desahogarse y no sentirse juzgados por primera vez en sus vidas.  Al día siguiente volví al mismo lugar de siempre buscando encontrarla de muevo, y al igual que el día anterior, sentí el mismo olor a cigarrillo.

    ¡Hola!
    ¡Hola, Eliana! dijo justo después de apagar el cigarrillo.
    No tienes que apagarlo. Yo no te voy a juzgar si fumas, tampoco voy a decírselo a nadie. Puedes confiar en mí. Es más, fumaré contigo. ¿Me regalas uno?

Hablamos un largo rato, del frío del invierno, del colegio, de nuestras comidas favoritas. Sus ojos me decían: “quiero confesarte algo. Sé que puedo confiar en ti”. Después de esa conversación, todos los días, nos reuníamos en el colegio a la hora del lunch, para almorzar juntas. En poco tiempo me di cuenta de que le gustaba un chico, muy apuesto, era casi perfecto, solo había un pequeño detalle: no era de su misma cultura y religión.

    ¿Te gusta ese chico? le pregunté con una sonrisa traviesa.
    ¡No! ¡Estás loca! ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? dijo avergonzada, esquivando mis ojos como de costumbre.  Pero a mí no podía engañarme, claro que le gustaba y mucho.

Me desperté feliz ese sábado, era mi cumpleaños, me había comprado mi regalo para estrenarlo ese mismo día: un labial color rojo pasión, “Rouge” de la marca Dior, mi favorito. Estaba cumpliendo 18 años. Sería la primera vez que saldría de mi casa con los labios pintados de rojo. “Al fin” dije hacia mis adentros cuando terminé de pintarlos.  Millones de veces me había pintado la boca de rojo dentro de mi casa, y también millones de veces había escuchado a miembros de mi familia y allegados pertenecientes a la misma cultura, tildar de “Sharmuta” a cualquier mujer que tuviese los labios pintados de ese color. Pero ya eso no me importaba, había esperado mucho tiempo. Esas personas ya no estaban cerca de mí, se encontraban a miles de kilómetros de distancia. “Dijiste que cuando cumpliera 18 años”, le dije a mi madre al ver su cara de asombro cuando estaba a punto de salir.

Mis amigas me habían invitado a comer al restaurante de moda, frente al Lago Ontario. Subí a buscar a mi amiga Amira para invitarla. Su madre abrió la puerta. No dejaba de ver mis labios, creo que estaba a punto de sufrir un infarto. “Amira está indispuesta”, dijo molesta cerrando la puerta con rapidez. 

    ¡¡¡Eliana, espera!!! gritó Amira cuando me disponía a bajar las escaleras.
    Disculpa, pero mi madre no sabe que somos amigas.
    Tranquila. Me imagino que no le gustó mi boca roja.
    Pero a mí sí me gusta. ¡Te ves bellísima! ¿Bajamos a fumar?

Su madre no le había permitido salir conmigo, pero si le había dado permiso para bajar al sótano a fumar.

    ¿Tu madre sabe que fumas? pregunté desconcertada.
    —contestó apenada.
    Entonces ¿de quién te escondes? Digo…ya tienes 19 años.
    Me escondo de la gente, no quiero que piensen mal de mí me respondió mirándome a los ojos. Fue la primera vez que los miró fijamente.  

Estaba segura de que lo mismo pensaba de mi boca roja y del muchacho del colegio que le gustaba, y es que es muy difícil para nosotras las mujeres que vivimos rodeadas de una cultura represiva, nos escondemos, mentimos y fingimos ser otras para no decepcionar a los demás, y para que no nos llamen “Sharmutas”. Solo que yo no era de las que se rendían y cobardemente se unían a la represión, y ella tampoco, lo podía ver en sus ojos. Sin embargo, la entendía perfectamente, y cómo no iba a hacerlo, si miles de veces escuché a varios de mis familiares decirnos a mi madre y a mí que no podíamos opinar. Seguramente a ella le había ido peor.  

La confesión de sus ojos comenzó justamente por el momento en el cual tuvo que esconder durante meses la llegada de su menstruación, para así no tener que enfrentar todo lo que aquello implicaba, incluyendo taparse el cabello que tanto le gustaba. En fin, ese día cancelé la invitación de mis amigas. Me quedé hablando y fumando con Amira. Era la mejor manera de celebrar que me había convertido en una mujer mayor de edad.

    ¡Eres muy valiente! Yo nunca me atrevería a pintarme los labios de rojo, así me muera por hacerlo.
    ¿Quieres decir qué no podrías ser tú misma? —le pregunté
    Bueno...no…bueno…yo...quise decir… ¿no te da miedo ser...cómo acabas de decir, tú misma? —preguntó tartamudeando.
    Sí, a veces, pero debemos ser fuertes, actuar con coraje…siendo tú misma es la única manera de llevar a cabo tu misión en la vida, lo que Dios quiere pasa ti y para el universo.
    ¿Crees qué tu boca roja tiene algo que ver con tu misión?
    ¡Sí! Estoy segura—respondí con certeza.

Entonces, su alma me habló, por medio de sus ojos, mirando penetrante y fijamente los míos. Me confesó, que estaba enamorada, que moría por besar a aquel chico con los labios pintados de rojo pasión como los míos, y que un calor dentro de sus piernas la había invadido desde la primera vez que lo vio. Me confesó que moría por sentirse deseada, pero su mente peleaba con ella, diciéndole “eres una sharmuta, una pecadora, una vergüenza para tu familia”. Me confesó que quería comprarse aquel vestido de encaje negro que vio en el Totonto Eaton Centre. Me confesó que tenía mucho miedo de ser juzgada, por eso no se había atrevido a responderle el saludo a ese muchacho...me confesó…me confesó…me confesó…

Mientras sus ojos me confesaban todo aquello, yo, como de costumbre, estaba elaborando un plan, para que ella se atreviese por una noche a ser ella misma, sin que nadie supiera que era ella, y pudiera por primera vez en su vida, experimentar lo maravilloso que se siente ser uno mismo, que vale la pena vencer cualquier obstáculo para conseguirlo. Le expliqué mi plan detalladamente, nunca la había visto tan feliz.  Se escaparía la noche de Halloween a la fiesta de disfraces organizada por nuestro colegio. Se disfrazaría de una mujer árabe con un hermoso velo que dejaría al descubierto únicamente sus poderosos y sensuales ojos. De esa manera nadie podría reconocerla. ¡Ese era el plan!

Esa noche, cuando su madre se había dormido profundamente, se escapó. Llevaba puesto un Nigap color negro, que le cubría casi todo el rostro, solo podías ver sus ojos. Los maquillé rápidamente con un delineador negro de “Khol Kajal”, ese que usamos todas árabes.

    ¡Lista! Quedaste Espectacular. Tus ojos ya están listos para hechizar a tu chico le dije después de un largo suspiro.  
    Todavía no estoy lista. ¡Falta algo! dijo mostrándome un labial rojo que había comprado a escondidas de su madre.



Y así, con sus ojos hechiceros, que parecía dos bombas de pasión y sensualidad a punto de explotar y de liberar todos esos sentimientos que estuvieron reprimidos durante tantos años, Amira, buscó al chico de su sueño, lo miró a los ojos, le lanzó un hechizo irrompible dejándolo loco de amor, se quitó el velo, y con sus labios rojos lo besó, con tanta pasión que pude ver las llamas que ardían en su piel.



Al poco tiempo regresé a Venezuela, jamás volví a saber de ella, hasta que un día, que nunca olvidaré, recibí una hermosa carta, escrita de su puño y letra, firmada con sus labios pintados de rojo pasión. ¡Amira había logrado ser ella misma! ¡¡¡Ya Allah!!!



Gracias Amira por enseñarme a hablar con los ojos y a escucharlos. Tú también eres una mujer muy valiente.



Los ojos de las mujeres árabes son tan poderosos y hechiceros porque por dentro llevan una bomba de pasión, fuego, poder, valentía y sobre todo de sensualidad a punto de explotar, producto de años y años de represión.  



CON PASIÓN Y SIN MIEDO: No vivas tu vida pretendiendo ser otra persona para complacer a los demás o para no decepcionar a tu familia. Para algunos es difícil ser uno mismo, a veces tienes que luchar y vencer muchas barreras. Ser uno mismo tiene un precio, puedes perder algunas o muchas cosas, pero ganas lo más importante: la felicidad, que solo puedes lograr siendo tú. Si eres una persona represiva, nunca es tarde para cambiar, nuestro único amado Dios, omnipotente omnisciente y omnipresente, como sea que lo llames, Alá, Shiva, Jehová.... jamás sería represivo con las mujeres, pues son su más grandiosa creación. ¿Cómo lo sé? Lo sé porque yo soy una de ellas.



En algunos momentos de mi vida deseé haber sido hombre, que tonta fui. Ser mujer es lo más maravilloso de mi vida. Luché, Luché, Luché y continúo luchando todos los días, por ser una mujer libre, para así volar a donde siempre soñé.  



Con amor desde Santo Domingo,

Eliana Habalian


miércoles, 7 de noviembre de 2018

MI SANGRE NECESITA ESCRIBIR



Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirá mi cuerpo cuando me desnudes poco a poco, beses cada parte de él que quede al descubierto, me ames con pasión, sin miedo, con un toque de locura y delirio, escales cada una de mis montañas y nades dentro de mi cascada en el centro de mi cuerpo.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirá mi corazón cuando me tomes entre tus brazos, me raptes como un ladrón que roba un diamante, sin importar que puedan encontrarte y condenarte, y me lleves lejos a aquella bahía bioluminiscente, donde nuestras almas hicieron el amor por primera vez bajo el mar, la luna y las estrellas con nuestros cuerpos iluminados con la misma luz, magia y brillo de todo a nuestro alrededor.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirá mi alma cuando tu amor la haga olvidar el sufrimiento, la tristeza, y la ayude a continuar luchando, cuando le recuerde que la vida es bella y que ni la guerra más devastadora del mundo puede ganarle al amor.  
                                  
Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirá mi rosa y mi vientre en el momento que tu volcán entre dentro de mí, fundiendo nuestros cuerpos en uno para no sentirme sola nunca más.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirá mi piel cuando logres apagar las llamas provocadas por el poderoso fuego que arde dentro de mi cuerpo, porque solo tú puedes apagarlo, solo tú puedes calmar mi deseo. Hazme el amor tantas veces como sea necesario, porque necesito sentir varias veces el milagro para poder calmar las vibraciones incansables dentro de mis piernas que me enloquecen desde la primera vez que te vi.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que sentirán mis labios cuando los beses, y tu lengua logre que las burbujas dentro de mi boca exploten como fuegos artificiales de todos los colores.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir lo que mis poros sentirán cuando me tomes entres tus brazos y me digas que me amas mirándome a los ojos, provocando un shock eléctrico casi mortal.

No me importa si no te veo nunca más, pero mi sangre necesita escribir lo que siente todo mi ser con cada caricia, cada palabra, cada gemido, cada mirada, cada lágrima, cada cosquilleo, cada movimiento, cada melodía, cada sensación y dejarlas grabadas para siempre en ella para que este amor justifique el resto de mis días.

Hazme el amor que mi sangre necesita escribir…

CON PASIÓN Y SIN MIEDO: hay personas que nunca es sus vidas han hecho el amor (el verdadero amor). No seas una de ellas, no te mueras sin vivir esa experiencia, no tengas miedo, abre la puerta de tu corazón, sal corriendo, busca a esa única persona, tómala entre tus brazos y hazle el amor, porque solo con ella puedes hacerlo. Nada malo puede pasar si dos personas que se aman verdaderamente hacen el amor, no te pierdas el milagro más maravilloso que te regala la vida.  El universo necesita de ese amor para que viaje por el aire e impregne todo lo que lo rodea. Siempre recuerda que cada vez que haces el amor estas ayudando a Dios y al universo a que este mundo sea mejor.

Con amor desde Santo Domingo,
Eliana Habalian

lunes, 1 de octubre de 2018

BÉSAME





Bésame como si el mundo se fuera a acabar, como si fuera tu última oportunidad, como si fuera mi último día, como si fuera tu ultimo día. Bésame con pasión y sin miedo. Bésame como en tus sueños. Bésame en la oscuridad, en secreto, donde nadie nos pueda ver, donde todo el mundo nos vea. Bésame como si no existieran los obstáculos que nos separan. Bésame sin parar un segundo, como si mi lengua fuera una serpiente venenosa y un beso fuera la única manera de conseguir el antídoto. Bésame con electricidad, con euforia, sin importa que te puedas quemar con las llamas que arden dentro mí boca. Por favor, bésame, aunque sea una vez…
 Bésame con la fuerza de un huracán al que no le importa nada. Bésame, aunque sea prohibido, sin importar lo que pueda decir la gente, sin pensarlo mucho. Bésame como si mis labios rojos fueran una bomba de sensualidad, pasión y deseo a punto de explotar. Bésame con la rabia y el dolor fulminante de no poder estar juntos. Bésame como si mi boca fuera un pecado, la fruta prohibida. Bésame como si fueras a calmar tu sed después de pasar un día entero en el desierto. Te lo pido, bésame, aunque sea una vez…
 Bésame como en mis sueños, transmitiéndome todo lo que sientes por mí, como si me amaras tanto como yo te amo a ti. Bésame sin celos, sin dependencia, sin posesión, sin nervios, sin prejuicios. Bésame como si yo fuera la única mujer que has amado en tu vida. Bésame cuando salga el sol y cuando se oculte. Bésame en mis días grises y rojos. Te lo imploro, bésame, aunque sea una vez…
 Bésame con química, con alquimia, con arte, con fuerza magnética. Bésame con magia, volando a las estrellas.  Bésame como si fuera una Diosa, como en tu fantasía más oculta. Bésame como si fueras un dragón, y tu lengua el fuego que entra dentro de mí quemándome sin compasión. Bésame como si fueras libre, sin reglas, sin leyes. Bésame mirándome a los ojos, penetrando mi alma. Bésame como si fueras a romper el hechizo que nos separa. Bésame con la fuerza de las Cataratas del Niagara. Te lo suplico, bésame, aunque sea una vez…
 Bésame como la sangre que bombea el corazón. Bésame con música, como si fuera la melodía más hermosa. Bésame cómo si mi boca fuera la única luz en la oscuridad. Bésame bajo la lluvia. Bésame con agresividad, como si fueras un animal salvaje, cazador, peligroso, y mi boca su presa preferida. Bésame como si tus dientes fueran cañones de guerra. Acaba con esta agonía, bésame, aunque sea una vez…

CON PASIÓN Y SIN MIEDO: Cuando el amor verdadero necesita una prueba, no hay un después. Es ahora. No hay tiempo que perder. La vida se acaba en un segundo. Nada malo puede pasar si besas a la persona que amas. Solo hazlo, bésala, aunque sea una vez.

sábado, 15 de septiembre de 2018

¿SERÁ QUÉ HAY ALGO MALO EN MÍ?








“¿Será que hay algo malo en mí?”, le pregunté a mis padres en aquella fría sala de espera. Exactamente dos semanas antes había tenido uno de los días más duros y difíciles de mi vida. Era una niña, cursaba segundo grado de primaria. Cada vez que era mi turno de leer en voz alta, me levantaba del pupitre avergonzada, con el corazón a punto de explotar. Comenzaba a leer tartamudeando, confundiendo letras y palabras. Mis compañeros se reían de mí, podía escuchar claramente el murmullo de varios de ellos: “Eliana es una burra”. Quería morirme, desaparecer del salón de clases. Sin embargo, siempre lograba retener mis lágrimas hasta el final. Mi maestra, al notar que me estaba costando trabajo leer y escribir correctamente, mucho más trabajo que al resto de mis compañeros, decidió citar, con carácter de urgencia, a mis padres. “¿Será que hay algo malo en mí?”, me pregunté a mí misma por primera vez.

“Señor y señora Habalian, estoy muy preocupada por su hija.  Creo que tiene disfunción cerebral”, les dijo la maestra. “¿Cómo se atreve a decir eso de mi hija?”, preguntó mi madre molesta. Cuando llegué a casa esa tarde, me encerré en mi cuarto hasta el siguiente día. “Pero si yo no soy una burra, ¿por qué no puedo leer y escribir como el resto de mis compañeros? ¿Será que hay algo malo en mí?”, me pregunté frente al espejo.

“Su hija no tiene nada de eso que dijo esa maestra. Es una niña muy inteligente. Sugiero que la cambien de colegio”, les dijo el psicopedagogo infantil a mis padres cuando terminó la evaluación que determinaría si tenía o no disfunción cerebral.

Meses después por fin aprendí a leer y escribir correctamente, aunque en ocasiones seguía invirtiendo algunas letras y palabras. Cuando terminé la primaria, mis padres, al ver que nunca pude adaptarme, decidieron cambiarme de colegio.

Estaba tan contenta camino a mi nuevo colegio. Era el primer día de clases del primer año de la secundaria. Era un colegio enorme, mixto y de monjas. Mi adolescencia apenas comenzaba. Cada rincón de él estaba impregnado con las hormonas de cientos de adolescentes eufóricos por vivir nuevas aventuras cada día.

“¿Será que hay algo malo en mí?”, volví a preguntarme al sentir el rechazo de algunas de mis compañeras de clases. “Te envidian porque casi todos los chicos del salón están enamorados de ti. Es que eres muy bonita, apasionada y atractiva”, me dijo mi única amiga al verme tan triste esa mañana. “Pero yo no tengo la culpa de eso”, le contesté con una gran decepción.

Fue en mi adolescencia cuando comencé a sentir una energía sensual dentro de mí, una parte muy importante y especial de mi esencia, pero en ese momento pensé que era algo malo. “Sí, puede ser que exista algo malo en mí”, dije respondiendo la pregunta que siempre me hacía. Trataba de ocultarlo para no sentirme rechazada dentro del colegio, y fuera de él, para no decepcionar a la cultura árabe represiva que me rodeaba (incluyendo a algunos miembros de mi familia que me hacían sentir que todo lo que hacía estaba mal). En ese momento desconocía que la sensualidad era una energía imposible de ocultar.

Aquel día horrible, humillante y oscuro, al salir del colegio, un chico que nunca había visto, pues no asistía a mi colegio, vino corriendo hacía mí y golpeó fuertemente mi estómago, dejándome sin aire. Caí desmayada sobre aquel rugoso piso de concreto. Mi madre, que estaba esperándome frente a la entrada de la escuela, corrió hacia mí. “¡¡¡Auxilio!!! ¡¡¡Auxilio!!! ¿Cómo alguien fue capaz de hacerle esto a mi hija?”, gritó como nunca. Escuché aquellos desesperados gritos en el momento que comencé a recobrar mis sentidos. Cuando abrí los ojos, personas murmurando entre ellas me rodeaban. Algunas de las chicas riéndose de mí, sintiendo placer por lo que me había ocurrido. “¡Mami! Sácame de aquí. Llévame a casa”, supliqué.

Nunca me había sentido tan humillada e indignada. Me sentía tan avergonzada que no pude ver a nadie a los ojos durante varias semanas. Tenía miedo de ir al colegio. Mis padres estaban decididos a averiguar quién era ese chico y por qué me había golpeado. “¿Será que hay algo malo en mí?”, me preguntaba una y otra vez.

A los pocos días supimos que había sido un conocido de una de mis compañeras. Ella le había pedido que me golpeara porque su novio, a quien yo solo conocía de vista, al terminar su relación con ella, le confesó que estaba enamorado de mí, y que su deseo era quedar libre para poder conquistarme.

Fue en ese momento cuando mis padres tomaron la decisión de cambiarme nuevamente de colegio, a uno únicamente para mujeres, el mejor colegio del mundo: “Los Arrayanes”. El que me abrió sus puertas con amor y comprensión, el que me valoró como mujer, brindándome la oportunidad de poder ser yo misma sin sentirme juzgada.

Poco tiempo después, una mañana, en la oficina de un oftalmólogo, mientras me hacían un chequeo rutinario de la visión, me enteré de algo que aquel psicopedagogo infantil años atrás no logró diagnosticar. “Eliana, ¿Sabías que eres disléxica?”, me preguntó en el momento que terminé de leer las letras que estaban frente a mí. Había escuchado esa palabra antes, pero no estaba muy clara de su concepto. “¡Claro! ¡Soy disléxica! Ya entiendo”, dije con una risa incontrolable cuando terminó de explicar detalladamente en qué consistía. Muchas cosas tuvieron sentido ese día.

Al fin supe por qué me había costado tanto aprender a leer y escribir. Por fin supe por qué confundía e invertía las letras, porque era disléxica.

Durante mucho tiempo esa fue una de las excusas que me impuse a mí misma para posponer mi sueño de ser escritora. Pero un día mágico, decidí hacerlo realidad. Luché, luché y luché hasta conseguirlo.

Gracias a todos los que me ayudaron a darme cuenta de que no había nada de malo en mí. Simplemente era yo luchando por ser yo misma.

Con pasión y sin miedo: era, soy y siempre seré exactamente como el amor de Dios me creó: imperfectamente perfecta. Amo cada parte de mí. Amo mi dislexia porque ella me enseñó que no existen excusas, que puedes vencer cualquier obstáculo para hacer los sueños realidad. Amo, amo, amo mi sensualidad, esa natural y hermosa parte de mi esencia, mi más poderosa energía, porque ella soy yo, y yo soy ella, juntas hacemos lo que más amamos: escribir con pasión y sin miedo.

Nota importante para todos los padres: a veces un cambio de colegio es necesario.

domingo, 12 de agosto de 2018

EL DÍA QUE APRENDÍ A VOLAR




NOTA IMPORTANTE: El siguiente artículo es un relato de mi adolescencia. Lo escribí con un toque de imaginación.

“Vuela, Eliana, vuela”, me dijo Kathy uno de los días más especiales e importantes de mi vida. Ella nunca pudo caminar. Nunca supe por qué. No le gustaba hablar sobre ese tema. A sus padres tampoco. Yo nunca le pregunté porque sabía que prefería no responder esa pregunta. Imaginaba que era algún problema de nacimiento. La recuerdo siempre en su silla de ruedas o acostada en su cama. “Eliana, tú eres mi única verdadera amiga”, susurró aquella tarde triste, nublada y nostálgica. Ambas sentíamos un vacío en nuestro interior. Todavía recuerdo perfectamente la melodía de su voz, a pesar de los años.

Kathy era mi vecina y mi amiga. Éramos dos mujeres adolescentes, luchando contra muchos obstáculos y dificultades. Ella en su silla de ruedas, y yo rodeada de una cultura árabe represiva. Vivía detrás de mi casa, en la urbanización Colinas de Los Ruices, en mi adorada Caracas. En ese lugar tan especial pasé casi toda mi adolescencia. Allí tuve mi primer novio, allí vi a mi esposo por primera vez, y allí conocí la verdadera amistad con Kathy.

Todos los días, alrededor de las cinco de la tarde, cuando ya había terminado de hacer mis tareas, trepaba el muro del patio trasero de mi casa, bajaba la colina corriendo, atravesaba todo el jardín, hasta llegar a su cuarto. “Kathy, ¿qué quieres hacer hoy?”, preguntaba mientras acariciaba su cabello y besaba su mejilla. “Lo mismo de todos los días. Leer un cuento, soñar, volar y correr”, siempre respondía. Ustedes se preguntarán: “¿cómo corre alguien que no puede caminar?”. Pues… Kathy corría. Corríamos y volábamos juntas.

En su cuarto, leíamos cuentos y soñábamos despiertas con los personajes. Con Kathy fue la primera vez que soñé con ser escritora. “Quiero ser escritora”, dije hacia mis adentros. Nunca repetí esas palabras en voz alta, hasta después de muchos años.

El día que aprendí a volar lo llevo grabado en mi corazón. Cada instante de ese momento. Cada palabra está escrita en mi sangre. No fue nada fácil. Me tomó tiempo lograrlo. Todos los días lo intentaba. “Vas bien, Eli. Pronto lo lograrás”, me decía. “Kathy, volar es muy difícil. No sé cómo puedes. Tienes que decirme cuál es tu secreto”, le decía cada vez que fracasaba en el intento. “Tu mente, alma y corazón encontrarán el secreto. Si te lo digo nunca será igual. Cierra los ojos”. Los días pasaban y pasaban, yo cerraba los ojos y no lo lograba. “Quiero volar", repetía una y mil veces dentro de mí.

Un día, frustrada de tanto intentar, al ver a Kathy cerrar sus ojos, le pedí que tratara de describir con palabras cómo se sentía estar allá arriba, en el cielo, con los pájaros, las nubes… “Es algo indescriptible. No existen palabras que puedan explicarlo”, dijo sonriente. “¿Puedes tratar? Porfis”, supliqué. “Bueno. ¿Cómo te explico? Sientes todo el poder de Dios recorriendo tus venas”, terminó diciendo justo antes de emprender su vuelo. Nunca podré olvidar esas hermosas palabras. Ese día, había corrido sobre las nubes como nunca. Era la parte que más le gustaba de volar: correr por las nubes.

El día preciso, el momento correcto, cuando estaba lista, aprendí, por fin, a volar. Cerré los ojos como de costumbre, pero ocurrió algo diferente. Pude ver con total claridad, con los ojos cerrados, una parte de mi cuerpo que nunca había visto, y no sabía que tenía: mis alas. Pude ver mis alas. Eran hermosas, perfectas, lo más bello que había visto en mi vida. Eran alas invisibles, pero tan reales como cualquier otra parte del cuerpo. “Kathy, tengo alas. Las puedo ver”, le dije al abrirlas por primera vez. “Vuela, Eliana, vuela”.

Ese día volé alto, tan alto que recorrí toda nuestra galaxia, los planetas y sus lunas. Volé por las estrellas, hasta llegar a mi favorita, la estrella que nos llena de vida: el Sol.

Dios nos creó con alas. Todos nacemos con ellas y son invisibles por una razón, para que aprendas a volar. Para que aprendas a usar una de las cosas que más ayuda a la evolución de la humanidad: la imaginación.

En mi caso fue difícil aprender a volar. No había podido ver mis alas porque me las habían cortado, varias personas, durante mi camino, pedacito por pedacito. Pero volvieron a crecer y ese día, por fin las pude ver. Nuestras alas se regeneran, nunca, nunca, nunca dejan de crecer. Crecen incluso después de la muerte.

Después de ese día, muchas personas cortaron mis alas de nuevo, pero siempre volvían a crecer, hasta que logré la fuerza necesaria, y las amé tanto que nunca más permití que nada ni nadie volviera a cortarlas.

Con el paso del tiempo, el destino nos separó. Kathy y yo tuvimos que recorrer caminos diferentes; volar, correr, caer, levantarnos y continuar luchando.

Gracias, querida amiga, por ayudarme a ver mis alas. Gracias, por mostrarme la amistad verdadera. Gracias, por enseñarme que aun siendo inválida se puede correr. Donde quieras que estés, sé que mi alma te visita de vez en cuando, pues siempre estás en mi corazón. ¡Que Dios te bendiga! ¡Qué suerte haberte conocido!

CON PASIÓN Y SIN MIEDO: Nunca es tarde para aprender a volar. No dejes que nadie corte tus alas. Pero si en algún momento, alguien logra cortarlas, sé paciente, con el tiempo volverán a crecer, y eso te dará la fuerza para protegerlas. Vuela, vuela, vuela alto.

“Eliana, ahora te toca a ti describir que sientes al volar”, me dijo Kathy en uno de mis sueños. “Siento como si Dios me mirara directamente a los ojos y me transmitiera todo su amor”.

martes, 3 de julio de 2018

BESAR TU MANO DE RODILLAS






¡Amo estar enamorada! Es el sentimiento más maravilloso que existe. Todo lo que mi cuerpo siente: maripositas revoloteando, una corriente eléctrica recorriendo mis venas, un calor envolviendo mi ser, mi corazón palpitando de felicidad, mi cuerpo estremecido, mi sangre sintiendo una pasión indomable. Mi sensualidad a flor de piel; totalmente liberada. Mis ojos, mi sonrisa, su sonrisa y mis días brillando. Mi inspiración multiplicada por el infinito. Hacer el amor dentro del mar, bajo la luna y las estrellas. El universo celebrando nuestro amor. Sus labios besándome con frenesí, el sabor de sus besos, su peligrosa lengua dentro de mi boca, como una serpiente inyectando su veneno. Las llamas hirviendo entre mis piernas al sentir sus caricias. Sus manos apretando la curva de mi cintura. Su mirada penetrante expresando su deseo incontrolable de hacerme el amor. La energía mágica que brota de cada uno de mis poros. Su expresión salvaje al mirar mi cuerpo desnudo. Escuchar su voz suave, susurrándome al oído “te amo” cuando está a punto de alcanzar el milagro…

¡Amo el amor verdadero! Las almas comunicándose entre ellas sin necesidad de hablar, sintiendo sensaciones difíciles de explicar. Una bomba de amor explotando en cámara lenta dentro de dos cuerpos al mismo tiempo. Un amor que no sabe de angustias, celos, dependencia, posesión. Un amor que llena de ilusión la vida, a pesar de los problemas. Un amor que ilumina los lugares oscuros, siendo a veces la única luz en total oscuridad, y es tan fuerte, tan poderosa que te obliga a seguirla. Un amor que hace que siempre quieras continuar. Un amor que todos podemos y merecemos tener, si escuchamos a nuestros corazones.



¡Amo ser una mujer sensual! Porque volvemos loco al hombre que nos ama. Porque tú, mujer, eres lo más importante para él. Porque nuestra sensualidad es natural, es un sentimiento, y expresarlo se siente maravillosamente. Los sentimientos existen para expresarlos. Yo expreso mi sensualidad y amor escribiendo. Me encanta escribir cartas de amor apasionadas y firmarlas con pintura de labios color rojo pasión. Nosotras las mujeres somos increíbles. Poseemos poderes mágicos. Nuestra fuerza interior es capaz de lograr cualquier cosa. No tiene nada de malo expresar tu sensualidad, pues con ella fuimos creadas, es auténtica, es una energía que todas poseemos dentro. Ella siempre te pedirá que la liberes, porque forma parte de tu esencia. No tiene nada de malo disfrutar haciendo el amor. No tiene nada de malo tener orgasmos (los merecemos). La sensualidad es tan mágica que hace que el hombre que amas (te ame, te desee y te respete tanto al mismo tiempo) quiera besar tu mano de rodillas.



Conclusión: cada mujer debería pensar todos los días en lo que ella representa para el hombre que la ama. Es como si fueras agua en el desierto. Un hombre enamorado es… bueno, demasiado.

CON PASIÓN Y SIN MIEDO: Cuando realmente amas, el mundo material deja de ser importante, te expresas espiritualmente, estás más consciente de tu alma. Así es como sabes que es un AMOR VERDADERO. ¡Mujer sensual! Deja salir tu sensualidad natural, no la reprimas porque en algún momento explotará dentro de ti, romperá las cadenas y se liberará, quieras o no. ¡Exprésate! ¡Atrévete! ¡Diviértete! Píntate los labios de rojo pasión, libera tus fantasías y deja volar tu imaginación con el hombre que amas.


martes, 1 de mayo de 2018

MI INGREDIENTE MÁGICO



¡ADVERTENCIA! El uso excesivo de “Mi ingrediente mágico” podría provocar una sobredosis de amor y pasión.

Esa noche había soñado lo mismo; con mi cita perfecta, mágica, espectacular. Todo lo que me hace estremecer, en una sola noche. El mar es el escenario principal. El sonido del ir y venir de las olas es esencial. Siempre comienza un poco antes del atardecer. El hombre de mi sueño y yo con muy poca ropa, descalzos, acostados en la arena, preparando la fogata que está a punto de encenderse, y con ella nuestros cuerpos. A mi cita perfecta además del mar, el fuego, la arena, el atardecer, el ir y venir de las olas, le gusta combinar mi vino preferido: mi Pinot Grigio, con frutas exóticas y afrodisíacos; esos que aumentan el deseo al infinito; los camarones y langostinos son mis preferidos. 

Cada vez que ese vino toca mis labios y entra en mi boca, un frenesí delicioso me envuelve. Mis fantasías más reprimidas se liberan. Al caer la noche, mi llama más ardiente se enciende al sentir el fuego de la fogata. Las manos del hombre que me acompaña son mi mayor inspiración. Sus caricias logran erizar cada poro de mi piel, mientras el viento y el olor del mar comienzan a preparar mi cuerpo para el gran milagro que está a punto de suceder. Me acarician delineando la curva de mi cintura, metiéndose entre mis piernas suavemente, alborotando toda la pasión que existe dentro de mí. El cielo en mi noche perfecta es estrellado. Siempre tengo conmigo mi telescopio, para poder observar las estrellas mientras sus caricias, mi vino preferido, las frutas exóticas y los afrodisíacos, logran que mi sensualidad lo envuelva, haciendo que sus ganas de poseerme sean cada vez más incontrolables.

Mi cita perfecta termina con el acto del amor, me entrego en cuerpo y alma, una explosión de amor me provoca un orgasmo intenso, delicioso, adictivo, de esos que, al terminarse, quieres volver a sentir. Duermo entre sus brazos como si estuviera durmiendo en el paraíso.  Pero nada dura para siempre. Me despierto y vuelvo a mi realidad.

Me llamo Isabella y solo mis sueños son apasionados. En la vida real soy una aburrida inmigrante venezolana, vendedora de seguros, viviendo en los Estados Unidos de América, y para colmo, vivo arrimada en casa de mi hermano Enrique.  Odio, odio, odio mi trabajo y ya casi se me olvida lo que se siente tener el cuerpo desnudo de un hombre rozando mi piel. Mi vida es gris, deprimente, completamente opuesta a la cuidad donde vivo. Miami es aventurera, apasionada, sexy, sensual, nocturna, eufórica, atrevida, incansable, excitante, ardiente y no conoce el miedo.  Este último adjetivo es mi mejor amigo. Es el responsable de que mi vida siga siendo la misma.

Quisiera tener el valor de dejarlo todo, cambiar de trabajo, perseguir mi sueño, dedicarme a lo que realmente me apasiona. Me encanta cocinar.  La cocina es mi lugar preferido, mi refugio, donde me siento feliz, donde me siento yo misma, donde mi corazón quiere estar.  Pero mi mente siempre busca las mismas excusas, y ellas asesinan mis ilusiones.

Quisiera tener la valentía para conquistar al hombre de mi sueño. Él ni siquiera sabe mi nombre. Felipe es español, hermoso, fuerte, alto, tiene ojos azules hechiceros y es amigo de mi hermano con el que vivo.
 ¡¡¡Lo amo!!! Con el alma, con el corazón, con las venas, con la sangre, con cada milímetro de mi piel. Cada vez que escucho su voz mi corazón queda palpitando por horas. Lo único que puede consolarme es mi vino preferido. “A ti también te amo mi Pinot Grigio”. Él es el único que me consuela cuando me siento sexy, mi compañero en mis noches de soledad, en mis días negros y en mis sueños. “Eres tan especial, tan sensual, solo tú me haces sentir mujer. No podría vivir sin ti”.

Desde que me mudé a los Estados Unidos con mi hermano hace tres años comencé a amar el vino, probé muchos y un día que nunca olvidaré conseguí el perfecto, el que me complementa, el que me conoce a la perfección y sabe lo que me gusta, el que me hace fantasear, sentir cosas maravillosas. Es mi confidente, mi mejor amigo, y mi amante cuando necesito sentirme amada.

Ese fin de semana vendría Felipe a casa de mi hermano. Era su cumpleaños y lo celebraría con una reunión entre íntimos amigos. Yo era la encargada de hacer las compras para la gran cena que prepararía su amigo; el reconocido Chef Ricardo Moreno; famoso por su incomparable receta de arroz a la marinera.

 Cuando por fin llegó el gran día, no podía controlar los nervios, mi corazón latía emocionado de pura felicidad. Mis ojos brillaban como dos estrellas en la oscuridad. Salí muy temprano a recoger, en una pescadería de Miami Beach, los mariscos y moluscos frescos del día para el especial arroz a la marinera, y por supuesto a comprar mi vino preferido. Mi Pinot Grigio no podía faltar para mi plan de la noche.

Me moría por verlo. Me hacía falta el sonido de su voz, su fresco olor a menta y limón. Esa noche estaba decidida, con la ayuda de mi vino amado, a confesarle mi amor. “Llegó la hora, Isabella”. No había vuelta atrás. Cualquier cosa era mejor que la agonía que estaba viviendo.  Aunque debía confesar que muchas otras noches había dicho lo mismo y el miedo a ser rechazada siempre vencía.  Pero esa noche sería diferente, tendría conmigo algo que me daría el valor de hacerlo de una vez por todas. “Bueno Pinot Grigio. Aquí vamos. No me falles”. Abrí la botella con pasión, busqué mi copa de corazones y brindé, conmigo misma por una noche perfecta.

Los minutos pasaban y nada que llegaba. Mi vino y yo estábamos impacientes. Él por realizar su misión de unirnos, y yo, por escuchar su apasionada voz.

 Por primera vez me había atrevido a pintar mis labios de color rojo pasión, el mismo rojo del vestido que llevaba puesto. Mi atuendo expresaba el deseo que sentía por dentro, las ganas locas de que me tocara y me hiciera el amor como ningún hombre lo había hecho antes.

Estaba en el baño retocando mis labios cuando escuché su voz. Una ráfaga de fuego se metió entre mis piernas y golpeó mi sexo. Entró dentro de mí sin piedad alguna, quemando mi piel. Un fuego que él, y solo él, podía apagar. Respiré profundo varias veces hasta que por fin logré salir. Empecé a caminar hacia él. Quería presentarme; mi hermano celoso nunca lo había hecho.

De pronto alguien tocó la puerta. Era una mujer espectacularmente hermosa. Su silueta era soñada. Su cabello brillante como el sol. Felipe sonrió, la tomó de la mano y abrazó su cintura de modelo escultural. Obvio que era su pareja. Tuve que hacer milagros para no desmayarme. Mis piernas débiles parecían dos espaguetis blandos. Mi corazón lloraba de tristeza; estaba decepcionado, le costaba continuar latiendo. Me fui a mi cuarto corriendo con mi botella de vino, que para ese momento ya estaba por la mitad. Me eché sobre la cama a llorar desconsoladamente como una niña. El vino y la música eran mi consuelo. Mis lágrimas caían con fuerza mientras escuchaba mi canción favorita: “Need You Now”, del grupo “Lady Antebellum”. Cada vez que cantaban la parte “I´m a little drunk and I need you now”, mi llanto aumentaba. Para ese momento “I was a little drunk”.

Al rato, mi hermano abrió la puerta del cuarto con apuro, en medio de mi depresión se me había olvidado pasarle el seguro. Su amigo, el chef, el que iba a preparar el tan esperado, famoso, e incomparable arroz a la marinera, estaba indispuesto por una intoxicación estomacal. “¿Crees qué lo puedas hacer tú? Por favor hermana”, me preguntó. “Claro hermano. Lo haré con el mayor placer”. Le respondí tratando de ocultar mi infelicidad.

Comencé a preparar mi incomparable, inigualable, inmejorable, insuperable, arroz a la marinera. Esa vez usé algunos ingredientes que no había usado antes. Le puse mucha pasión, un toque de picardía, una tasa de sensualidad, todo el amor y todo el fuego que había dentro de mí. Faltaba solo un ingrediente; vino blanco para cocinar, pero no lo encontraba. “Y ahora. ¿Qué rayos voy a hacer?”, me pregunté decepcionada, y cómo no iba a estarlo. Mi arroz a la marinera sin vino era inconcebible. Para impresionar a Felipe, un español que seguro había probado los mejores del mundo; debía ser mi mejor arroz a la marinera. Entonces se me ocurrió una idea. Esa noche usaría mi vino preferido. Le agregué a mi arroz a la marinera lo que quedaba de él. “Mi Pinot Grigio nunca me haría quedar mal”. 

Cuando Felipe estaba a punto de degustar el primer bocado, mis ojos se concentraron en su irresistible boca. Respiró profundamente. Estaba sorprendido. Nunca olvidaré su expresión, al igual que la de todos los demás, pues era como si no pudieran creen el sabor que había en sus bocas. Subió la mirada y sus ojos miraron los míos por primera vez. Mi corazón nunca latió tan rápido. Mi cuerpo se estremeció por completo y un calor súbito mojó mi sexo sin poder evitarlo. “Wow!!! Isabella! Este sabor es increíble. Un verdadero manjar. ¿Cuál es tu secreto?”. “Dios mío, sabe mi nombre”, pensé con el corazón a punto de estallar de felicidad. Por primera vez me habló, por primera vez dijo mi nombre y por primera vez me miró a los ojos. Me miró como un hombre mira a una mujer que le gusta. Quería que me tomara entre sus brazos, me llevara lejos y me hiciera el amor tantas veces como fuera necesario, para apagar las llamas ardientes que habían dentro de mi cuerpo. “Mi secreto son tres ingredientes especiales; pasión, amor, y mi ingrediente mágico, mi vino preferido, mi Pinot Grigio”.

Esa noche mi arroz a la marinera fue una transmisión de sentimientos. Le transmití al hombre de mi sueño todo el amor y la pasión que sentía por él. Combiné esos dos poderosos sentimientos con valentía y mi ingrediente mágico.

Esa misma noche redacté mi carta de renuncia y la envié por correo electrónico. Desde entonces creo en la magia; la magia del amor.

Poco tiempo después, mi sueño de mi cita perfecta con Felipe se hizo realidad. Fue perfecta, exactamente como la había soñado. 

Gracias amado vino Pinot Grigio, por ayudarme a luchar por mis sueños. Ahora el hombre de mi vida me ama y muy pronto abriré mi propio restaurante. Se llamará: “MI INGREDIENTE MÁGICO”.


CON PASIÓN Y SIN MIEDO: El amor es el fundamento de cualquier sueño; es el combustible que nos da la fuerza para perseguirlo, para empezar y continuar en el camino a él por más duro y difícil que esta sea. El amor es la herramienta más efectiva, es el sentimiento más poderoso que existe, y si lo combinas con pasión (el segundo sentimiento más poderoso) y tu ingrediente favorito, no hay nada que no puedas lograr. El resultado siempre será…bueno…simplemente mágico. El secreto para tener poderes mágicos es muy sencillo, solo necesitas AMOR. Si lo sientes, puedes hacer lo imposible posible. Mi ingrediente mágico es mágico porque lo combiné con amor. El amor es la verdadera magia. Recuerda siempre que los sentimientos no solo se expresan con palabras, y si algún día se te olvida, aquí estará “Mi ingrediente mágico” para recordártelo, usa tu propio ingrediente mágico, todos tenemos uno. ¡Ah! Y no olvides que, si empiezas el camino a un sueño con amor y pasión, y elevas todo a la enésima potencia, el resultado siempre será tu sueño hecho realidad. Los dejo con mi fórmula mágica que creé para lograr un sueño.

(Pasión+ Amor+ Un sueño) ⁿ = Un sueño hecho realidad

Con amor desde Charlotte,
Eliana Habalian