La primera vez que conocí a mi rosa roja, tenía 11
años. Recuerdo perfectamente ese día. Vino a visitarme por primera vez una
mañana fría y nublada. “Tenías que venir justo hoy”, pensé con mi corazón a
punto de estallar. Me encontraba en plena transición de niña a mujer. Fue un
día inolvidable, incómodo, doloroso, extraño, rojo, sangriento, intenso y lleno
de emociones. Aquel día comenzó mi vida fértil. Sabía que no tardaría en conocerla,
esperaba esa primera visita con muchas ansias y un poco de miedo, pues mis
amigas, que ya la habían conocido, no dejaban de hablar sobre ella. “Es
horrible. Sientes un dolor muy fuerte”. Cada
vez que escuchaba esas palabras pensaba en el momento que me tocara a mí
recibirla.
Ese día lloré, lloré y lloré y no entendía por qué. Mis
profesoras del colegio se encargaron de explicármelo muy bien, “son los cambios
hormonales”. Para mí, esa era, sin duda alguna, la peor parte. En un momento era
feliz, y de pronto todo se volvía gris. Me sentía triste, gorda, fea, insoportable,
amargada, enferma, sin fuerzas, etc. Esa primera vez se quedó conmigo una
semana; una larga, dolorosa y roja semana.
A partir de ese momento, mi rosa roja me visitó, durante
23 años. Cada 28 días, trescientas veces en total. A veces por más de una
semana, nunca desprevenida, pues el dolor de cabeza me avisaba. Siempre venía acompañada
de sus implacables, rabiosas e intolerantes espinas, desatando toda su furia
sobre mi vientre, por no haber logrado lo que tanto estaba buscando; el milagro
de la vida. Me desgarraban haciéndome sentir un sinfín de extrañas y dolorosas sensaciones
al mismo tiempo. Yo trataba de explicarle que no estaba lista, que no era el momento,
pero poco parecía importarle. Venía cada vez más fuerte.
Con el tiempo y la madurez aprendí a quererla y entenderla.
Ella me hacía sentir orgullosa de ser
mujer. En un momento de la vida, nos unimos, su dolor era mi dolor. Las dos
deseábamos lograr el milagro. El tiempo pasaba y pasaba, pero allí estaba mi
rosa, más roja que nunca. “Por favor, no
me visites este mes. Estoy lista”. Seguía viniendo desgarrando con sus rabiosas
espinas además de mi vientre; mi corazón. Se sentía como si miles de cuchillos
lo hubieran apuñalado. Ninguna estaba dispuesta a rendirse. Luché, luché y
luché. Peleé batallas muy difíciles de ganar. Y al final triunfé.
En mayo de 2016, una luz de vida milagrosa entró
dentro de mí, iluminando mi rosa y sus profundidades, engendrándose en mi
vientre. Esperaba mi rosa roja dos semanas después, pero se ausentó, por
primera vez. Tuve tres corazones latiendo dentro de mi cuerpo durante varios
mágicos e increíbles meses. Un mes antes de lo previsto, al ver aquellos ojitos
llenos de amor puro y verdadero, supe que había encontrado el tesoro que
siempre busqué. Desde ese día sé lo que
es llorar de felicidad.
Poco tiempo después, volvió a visitarme, saliendo de
mi casa, me encontré en el piso una hermosa rosa roja. La cuidé y le di todo mi
amor.
Gracias,
gracias, gracias a todos los que me ayudaron a cumplir mi sueño de ser madre,
en especial a los doctores Carolina Sueldo, Ranjith Ramasamy, Alfredo Rodriguez,
Victoria García y Beatrice Guerrier-Pilarte; la ARNP más dulce del mundo. Los llevaré
en mi corazón por siempre. Gracias Dios por mandarme mis twins, mis
tesoros, ya era hora.
Con pasión y sin miedo: Nunca dejes de
luchar por lo que quieres. No te rindas. Lucha, lucha, lucha por tus sueños, al
final, tal vez no de la manera que hubieras querido, tal vez de la manera que
nunca pensaste, encontrarás tu tesoro. Sentirás que todo lo que pasaste tenía
sentido, un sentido que te hará llorar de felicidad. Es normal sentir miedo, lo
sientes porque estás vivo, pero ese miedo se convertirá en fuerza durante la
batalla, y si en algún momento no sabes cuál decisión tomar, recuerda que una
decisión tomada con amor será siempre la mejor. Todos los que vivimos en este planeta poseemos
el gran milagro de la vida, y mientras lo tengamos, todo es posible.
Con amor
desde Charlotte,
Eliana
Habalian
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