No
sé por dónde empezar, porque no existen palabras que puedan explicar lo que
quiero escribir, debería existir un idioma celestial, sublime, para usarlo en
momentos como este. Estoy llorando al mismo tiempo que estoy escribiendo estas
líneas, y no sé por dónde empezar. Cada vez que empiezo a escribir sobre mis
tesoros, un proceso alquímico se apodera de todo mi ser. La energía es
tan fuerte que una presión en el pecho golpea mi corazón, una emoción muy
grande e inexplicable me invade, siento que estoy flotando, que estoy en otra
dimensión, siento a sus ángeles guardianes volando a mi alrededor. No es
fácil sentir lo que no se ve, es algo muy intenso, no todo el mundo está
preparado o quiere sentir. Mi corazón palpita, mi cuerpo se estremece cada vez
más con cada palabra. Mis piernas y mis manos tiemblan y un fuego calienta mi
sangre poco a poco.
Continúo sin saber por dónde empezar.
Sé que estoy lista para relatar algunos de los obstáculos que tuve que vencer
para lograr mi sueño de ser madre. Peleé muchas batallas para lograr quedar
embarazada. Nunca pensé que algo tan natural sería tan difícil de alcanzar,
pero lo alcancé, soy la madre más feliz del universo.
No
puedo creer que este sábado 5 de enero, mis tesoros cumplen dos años, “lo logramos
hijos. Lo logramos”. Continúo llorando. Solo ellos me han hecho llorar de
felicidad. Es una de las experiencias más maravillosas que he vivido, ese
llanto feliz, la certeza de que Dios vive dentro de nosotros y que nos habla
siempre por medio del corazón.
El
día que vi por primera vez los ojos de mis tesoros fue el día más importante de
mi vida. Siempre he sido una mujer muy sensible. Ese día, en aquel cuarto de
aquel hospital, sentí por tercera vez una presencia divina, celestial: un
ángel. Había pasado por tantas cosas…logré superar una amenaza de aborto a los
4 meses, un diagnóstico de preeclampsia, un parto prematuro a los 8 meses, una
hemorragia uterina en la cesárea.
Un
mes estuvo mi hijo en una incubadora, en la unidad neonatal de cuidados intensivos
del hospital. Pesaba un kilo y medio. Había estado a punto de morir
dentro de mí, porque no estaba obteniendo los nutrientes necesarios para
continuar su desarrollo, estaba desnutrido. Y mi hija, estuvo casi dos semanas,
también tenía un peso muy bajo. “Debemos seguir luchando, los tres” les
susurraba, les hablaba con la mente, sabía que me escuchaban. “Vamos hijos, no
desistan, tenemos que continuar, merece la pena luchar, la vida es hermosa.
Todo esto pasará, lo juro. Los amo con el alma”.
Recuerdo
claramente todo lo que ocurrió ese día. Sentía un frío intenso. “Eliana,
no veas la aguja” me dijo Beatriz, la enfermera más dulce del mundo cuando la
anestesióloga estaba preparándose para inyectarme la temida anestesia raquídea.
Yo, como siempre tan terca, no hice caso. “No quiero morir” dije aterrada
cuando la vi, “No te vas a morir. Soy la mejor en esto”, dijo la anestesióloga
riéndose. Cerré los ojos y a los pocos segundos comencé a sentir una corriente
fría recorriendo el centro de mi espalda, que viajaba hacia mis piernas. A los
pocos minutos todo comenzó. La doctora Victoria y los enfermeros empezaron a
moverse muy rápido, mi esposo entró con lágrimas en sus ojos, tomó mi mano sin
decir una palabra, no hacía falta hablar, pues nuestras almas se comunicaban a
través de los ojos. Bastaba con rezar y sentir. Sí, tenía miedo y mucho, pero
ese miedo se esfumó cuando sentí la presencia de un ángel en el cuarto, volaba
de un lado a otro, lenta y sutilmente. “Ya no tengo miedo. Sé que estás aquí para
proteger a mis tesoros. Nada malo puede pasar”, le dijo mi alma.
Cuando
escuché el llanto de mi primer tesoro, supe lo que era un milagro, mi corazón
gritó: “mi hijo. Soy madre. Gracias Dios”. Quería verlo, pero todavía quedaba
otro de mis tesoros dentro de mí. Los minutos pasaban y pasaban y nada que la
escuchaba. “Eliana, la niña está encajada, tuve que llamar de emergencia a otro
médico especializado que me ayude, para no ocasionarle daño”. Empecé a respirar
rápidamente, “Voy a tener que hacer dos cortes adicionales en tu útero.
Tranquila, todo va a estar bien”. Recuerdo haber sentido la camilla tambalearse
fuertemente. Nuca olvidaré ese momento pues se sentía como un terremoto. Mi
esposo observaba todo aquello en completo estado de shock, tampoco olvidaré la
expresión de sus ojos.
Fueron
los minutos más largos e interminables de mi vida. Nació la niña con los ojos
más hermosos. Pude ver a mis tesoros solo por unos segundos, enseguida se los
llevaron. Mi esposo fue con ellos. De pronto, aquel cuarto se quedó casi vacío.
Sentía mucho frío. Abría y cerraba los ojos. Poco a poco iba perdiendo mi
sangre, y con ella mis fuerzas. Escuchaba el murmullo de la doctora “Eliana,
tienes una hemorragia, estamos deteniéndola”. Mucho tiempo estuve en ese
cuarto, perdiendo y perdiendo sangre. Sentí que poco a poco me moría, pero no
me morí. Luché como siempre. “No te vas a morir”, repetía una y mil veces
dentro de mí.
El
día que le dieron de alta a mis bebes, cuando por fin llegamos a la casa,
lloré, lloré y lloré como nunca en mi vida, mientras los abrazaba con el
corazón. Desde ese día sé lo que se siente llorar de felicidad.
Gracias,
hijos, por luchar conmigo, ustedes son el tesoro que siempre busqué, mi sal y
mi azúcar, mis dos estrellas, mi orgullo, lo mejor que me ha pasado en la vida,
la razón de mi existencia, mi batalla triunfal, mis miedos derrotados, mis
luchadores y triunfadores, la prueba de amor más grande, el centro de mi vida,
mi llanto de felicidad, el amor de Dios y toda mi fuerza. Gracias, por
mostrarme el amor en su máxima expresión. ¡Los amo! Con toda la fuerza del
universo. No existe nada que no pueda hacer por ustedes. ¡Feliz cumpleaños,
tesoros! ¡Dios los bendiga! Lucharemos juntos por siempre.
Gracias,
esposo, por nunca dejarme caer y luchar conmigo durante el camino a mis sueños.
Te amaré por siempre.
Gracias,
Dios, por mandarme a mis mellizos, mis tesoros, mi sueño hecho realidad, ya era
hora.
CON
PASIÓN Y SIN MIEDO: Nunca ignores la voz de tu corazón, porque esa es la
voz de Dios. Todo lo que he sufrido en la vida, todas las cosas duras que
he pasado, las dificultades, las barreras y obstáculos que he vencido ahora
están justificados, ahora existen un porqué. Gracias, gracias, gracias,
hijos amados, por repotenciar mis virtudes, por mostrarme el lado invisible del
universo y por lograr que viva mi vida con pasión y sin miedo. Fue por ustedes
que todo tuvo sentido.
Lucha
por tus sueños, sin desistir, no tengas miedo, no estás solo, al final valdrá
la pena cualquier el sufrimiento.
Con
amor desde Santo Domingo,
Eliana
Habalian
TRES
AÑOS ATRÁS
El
día que terminé de escribir “Victoria es mi nombre”
“¡Dios!
Espero que después de los ataques de pánico no me mandes algo así, tan fuerte”.
“¡Pero
Eliana! ¿De dónde crees que vas a sacar material para tus próximas novelas?
Confía hija. Nadia te ama más en el universo que yo. Escribe hija mía,
escribe”.
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