“¡Eliana! Lo que te pasó fue un ataque de pánico” me
dijo la psicóloga del colegio. Tenía 16 años. Esa fue la primera vez que
escuché esas palabras “ataque de pánico”. Recuerdo perfectamente ese momento
con lujo de detalles. Estaba muy ansiosa, no dejaba de mover mi pierna derecha
ni un segundo; un gesto típico de una Eliana nerviosa. Mi corazón estaba
agitado, latía fuertemente. Sabía que tenía que ver con miedo, ellas hablaban
por si solas. Pensé: ataque = una acción violenta, y pánico = miedo multiplicado
por el infinito. Entonces me dije a mi misma, “ok, tengo miedo, pero ¿a qué? ¿por
qué? ¿de quién? ¿por qué me está pasando esto? Poco tiempo antes de eso tuve mi
primer ataque de pánico, claro, en ese momento no sabía, de hecho, en ese momento
no sabía nada, solo podía sentir. Sentí que me iba a morir, así mismo, sin
anestesia, tal como suena, sientes que te vas a morir. Ese nefasto miedo a la
muerte te acompaña cada vez que padeces uno de esos ataques, van de la mano,
son uno solo, nunca falta, es una ley, no una teoría. Ataques de pánico = miedo
aterrador = sentir que vas a morir = miedo a la muerte.
Mis padres me dejaron elegir mi regalo de 15 años (una
fiesta o un viaje), por supuesto ni lo pensé. Me fui sola (sin mis padres) a Europa,
a conocer trece países, con un grupo de quinceañeras y una chaperona que era la
encargada de “cuidarnos”, pero la verdad es que hacíamos lo que nos daba la
gana. Una de esas noches estaba yo en Ámsterdam, Holanda, caminando por un
parque, y de un momento a otro, súbitamente y sin poder controlarlo, mi corazón
empezó a latir con tanta fuerza que casi no podía respirar, “es un infarto”
pensé. Los latidos se hacían cada vez más intensos e irreales. Estaba aterrada.
Mi corazón golpeaba mi pecho con fuerza, no había nada que pudiera hacer para
controlarlo. En esa condición, sintiendo que me moría, que me estaba dando un
infarto, continué caminando hasta llegar al hotel, subí a mi habitación y me
acosté. Aunque poco a poco me tranquilizaba no logré dormir casi nada. Al día
siguiente, todo el mundo supo lo que me había pasado, pero nadie decía ni una
palabra al respecto. No entendían, y yo, mucho menos. A los dos días regresé a
casa con mis padres. Traté de olvidar ese episodio de mi vida. Todos dimos por
sentado que yo estaba bien y que no volvería a pasar. Nadie entendía lo que me
había pasado, hasta que tuve mi segundo ataque de pánico en el salón de clases.
Pocos días después estaba yo en la sala de espera de
un consultorio médico (un psiquiatra). Una sensación abrumadora de tristeza me
envolvía. Todas, absolutamente todas las personas que me rodeaban tenían una
expresión de sufrimiento en sus rostros. “Pero si yo no estoy loca” murmuré. Mi
madre estaba sentada a mi lado, agarrándome la mano con suavidad, como
diciéndome, “tranquila hija, yo estoy contigo, tú no estás sola”. Lo más
sorprendente de ese encuentro con ese doctor fue el haberme dado cuenta de que ni
siquiera los psiquiatras sabían exactamente por qué ocurren los ataques de
pánico, “La causa se desconoce, no se sabe con certeza, puede ser genético”.
Salí de allí con una receta de ansiolíticos y confundida, como si estuviera en
un mundo irreal, no sabía qué hacer, pero de algo si estaba segura; tenía miedo
de que en cualquier momento volviera ese miedo aterrador, sin razón aparente
para nadie, con una duración indefinida (de minutos a horas). Tenía miedo al
miedo.
Al poco tiempo, los ataques desaparecieron con la
ayuda de terapias y ansiolíticos (los tomé por un mes). Traté de hacer borrón y
cuenta nueva. Comencé a vivir, pero siempre recordando lo que había pasado y buscándole
una explicación lógica…
Pasé la adolescencia (rodeada de una cultura árabe
represiva). Me gradué en la universidad, me casé, y a los 6 meses de casados
tuvimos que abandonar el país (mi país, mi querida Venezuela) por causas que se
escaparon de nuestras manos. El destino nos llevó a Estados Unidos (gracias a
Dios). Tiempo después, el miedo volvió a mi vida, pero esa vez vino acompañado,
nada más y nada menos que con agorafobia (conducta evitativa, miedo al miedo,
fobia a ciertas cosas para evitar nuevas crisis de pánico, miedo irracional). Juntos
(los ataques de pánico con agorafobia), me llevaron por caminos de soledad, de
sufrimiento, me aislé del mundo, me acostumbré a que la gente pensara,
“pobrecita, es débil, está loca” (porque la gente no entiende lo que es, creen
que se trata de debilidad cuando más bien se trata de fuerza). Me negué a tomar
pastillas, y en esos momentos de soledad empecé a armar un plan de curación (que
me tomó 2 años), yo sola, con la ayuda de mi mente y mi corazón. El plan consistía
en combinar el poder de mi mente y mi inteligencia con mi corazón, y empezar el
camino a mi sueño. Decidí escuchar a mi corazón (por fin). Fue una decisión que
solo yo podía tomar, nadie más. Mi inteligencia me decía, “Tienes miedo a
morir, pero estás viva, ninguno de esos ataques te ha matado, nada de infarto,
sigues viva. No te vas a morir”, y mi corazón gritaba “sígueme, escúchame,
sigue tu sueño, ¡¡¡AMOR!!!, con él todo es posible, es la fuerza que nos ayuda
a continuar.
Cuando logré asimilar lo que había pasado, un día,
renuncié a mi trabajo para perseguir mi sueño de ser escritora. Escribí mi primera
novela erótico-romántica “VICTORIA ES MI NOMBRE and every day I think I´m going
to die” (una auto-ficción escrita en español con pasajes en inglés, en donde la
protagonista sufre de ataques de pánico) la cual dedico a todos los que creen
en la magia del amor. La escribí con tanta pasión que hasta creé una fórmula
para explicarla. La fórmula de mi sueño. Una fórmula para lograr un sueño. Una fórmula
para curarse de ataques de pánico, depresión, ansiedad, infelicidad, vacío
interno (una fórmula mágica que no falla):
(Pasión+
Amor+ Un sueño) ⁿ = Un sueño hecho realidad
¿Me curé sola? ¿Por arte de magia? Sí, me curé por
arte de magia y la magia ocurrió por amor. Decidí continuar, escuchar a mi
corazón y eso me puso en el camino a mi sueño (donde siempre había soñado
estar). Valió la pena por todo lo que pasé.
¿Cómo logré mi sueño? Empecé el camino a él y apliqué
mi fórmula.
Cualquier sueño se puede hacer realidad, pero tienes
que actuar, tienes que empezar el camino. Si continuas en él con amor y pasión
seguro llegas, es una ley del Universo.
“Victoria es mi nombre” Está disponible en Amazon, en
las librerías Books & Books y Altamira Libros en Coral Gables Miami.
CON PASIÓN Y SIN MIEDO: El día en que todo tenga sentido llegará. Mientras tanto, aprende a ser
paciente.
Con amor desde Miami,
Eliana Habalian
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